UNA LARGA HISTORIA
Waldo conoció a Candela
en la disco de una ciudad ubicada a setenta kilómetros de la que él reside. Se
enamoró de su belleza y simpatía pero notó actitudes muy extrañas en la joven.
Evitaba la exposición y se refugiaba lejos de la luz y las miradas de la gente.
Waldo le preguntó si tenía problemas con algún ex novio y Candela negó esa
posibilidad. “Sucede que las luces de estos lugares me molestan un poco. Tengo
la vista irritable, nada más que eso” explicó.
Unas semanas después se
pusieron de novios y Candela seguía refugiándose en los sitios más reservados,
algo que a Waldo lejos estaba de molestarle. Disfrutaba de tanta intimidad.
Cuando la llevó por
primera vez a la casa en su coche, la muchacha descendió en la esquina, a pesar
de vivir a mitad de cuadra. La situación se repitió un par de veces más. Si
bien el noviazgo era muy bello y ya habían tenido sus primeras relaciones,
Waldo seguía intrigado por algunas conductas de Candela, como la de no tener
teléfono celular ni ser usuaria de ninguna red social. “Soy chapada a la
antigua”, se excusó.
Una noche, el joven no se
detuvo en la esquina con su auto. Sí lo hizo media cuadra más adelante. “¿Cuál
es tu casa?”, preguntó. La muchacha respondió algo nerviosa…
- Esa, la de paredes
grises.
- ¿Tus padres no quieren
que tengas novio, aunque tengas ya veinte años.
- No, no es eso. Es una
larga historia, mi amor.
Candela se bajó de prisa.
Tan rápido que en un par de segundos Waldo la perdió de vista. El enamorado
regresó algo perturbado a su ciudad mientras pensaba: “Algo me oculta esta
chica”.
El sábado siguiente,
primeras horas del domingo en realidad, la acompañó nuevamente. Al parar frente
a la casa de la joven, le propuso volver por la tarde a buscarla y dar un
paseo. “De paso, puedo conocer a tu familia”, sugirió. Candela se negó y, ante
el pedido de explicaciones de Waldo, volvió a responder: “Es una historia muy
larga”. Cuando descendió del automóvil, él prestó atención para ver si
ingresaba al domicilio en cuestión. De pronto, el reflejo de la luz de otro
coche que pasaba lo encandiló fugazmente. Para su sorpresa, ella había vuelto a
desaparecer.
Otro fin de semana. Otro
reencuentro en la disco de siempre. Candela recibió a Waldo con su habitual
simpatía, pero éste mostraba un gesto de disconformidad. Al ser consultado,
respondió: “Si vamos a seguir juntos, no debe haber secretos entre nosotros. O
me cuentas esa `larga historia` o jamás podré confiar en ti”. “De acuerdo, mi
amor. Al final de la noche sabrás la verdad”, escucho por respuesta.
Tuvieron otra dulce
velada, con sexo incluido. Al entrar al hotel, Candela se camufló con lentes
oscuros (como siempre) y se entregó a media luz (como siempre). De regreso, al
estacionar Waldo su coche frente a la vivienda de paredes grisáceas, interrogó
a su novia:
- ¿De verdad vives aquí?
No te vi entrar en esa casa.
- Viví aquí hace un
tiempo atrás.
- ¿Dónde resides ahora?
- Dirígete hacia el acceso
norte y te enterarás.
Cuando ya salían del
casco urbano, Candela explicó: “Es en la próxima manzana, mano derecha”.
Pasmado, Waldo estacionó en el lugar indicado mientras escuchaba a su novia
decir: “Acá vivo. Bah, `vivo` es una manera de decir”. El portal del cementerio
se erigía tan imponente como tétrico a esas horas de la noche. El joven solo
balbuceó:
- Pero… ¿Tú?
- Sí, mi amor. Yo dejé
este mundo hace unos meses, a causa de un accidente en mi moto.
- Y… ¿Puedes salir de
aquí?
- Es muy aburrido este
lugar. Tengo veinte años y derecho a divertirme, al menos una vez a la semana.
Además, yo nunca hubiese querido estar aquí.
- Nadie quiere…
- Me refiero a otra cosa.
Yo era muy joven para pensar en la muerte. De lo contrario, hubiese elegido
otro destino: estaría entre las flores, la hierba, formando parte de la
naturaleza… Pero, mis padres tuvieron que decidir por mí y no puedo
reprocharles nada.
Waldo no podía reaccionar
y solo atinó a responder con incredulidad: “¡Tú no puedes ser un fantasma! ¡Yo
te besé, te abracé, te hice el amor!” Ella respondió pícaramente: “Soy corpórea
cuando me conviene”.
Acto seguido, Candela se
despidió de él, comiéndole la boca con un beso tan carnal como apasionado.
Antes de descender del vehículo, esta vez sin abrir la puerta, le guiño un ojo
a su novio mientras exclamada: “¡Finadita solo allí adentro, querido”.
Después caminó un par de
metros y, ante la mirada atónita de Waldo, volvió sobre sus pasos acercándose
al coche. El muchacho bajó el vidrio del acompañante (como si hiciera falta) y
ella lo invitó: “Si estás interesado en verme un domingo por la tarde, me
encontrarás al final del primer pasillo, a la derecha. Si quieres conocer a mi
familia, ven alrededor de las cinco”. Luego encaró el ancho portón del
cementerio y lo atravesó.
Waldo se marchó pasmado, pero
seguro de regresar por la tarde. Al mediodía sorprendió a sus padres comunicándoles
la decisión tomada, si le sucediera lo inevitable.
Cuando su madre volvió a
preguntarle por qué aún no conoce a su futura nuera, el respondió: “¡Es una
larga historia, mamá!”
Jorge Emilio Bossa
Mención Nacional - Género
Cuento
20º Certamen Literario
Nacional y Países de América del Sur 2022 - Premio “Profesor Sergio Fabián
Miranda”
Los Toldos (Bs. As.),
Mayo de 2023
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