UN AMOR INDELEBLE
Siempre se encuentran allí, en el viejo
hotel. La habitación 115 es de su exclusividad. Cada vez que los dorados dedos
del sol resbalan por el azul cristal de la tarde, ella y él se preparan para
una nueva cita. Cuando el astro rey finalmente se hunde en la ciénaga del
ocaso, ellos reinician su danza febril.
Nada los detiene. Ya
nadie podrá hacerlo. Las añejas paredes del edificio son mudos testigos de un
romance tan pasional como perpetuo. La humedad de las mismas no se compara con
la de sus cuerpos. Esos cuerpos que vibran al son de cada beso, cada caricia,
cada entrega voraz…
Él siempre inicia el
ritual. Ella se deja llevar. Ambos reinciden en el pecado del que nunca fueron
absueltos. A pesar del alto precio que hace mucho tiempo pagaron.
Cada noche la cita se
repite. Indefinidamente. Como hace décadas. No necesitan estimulantes para
avivar la hoguera que los devora. El tiempo se detuvo para ellos. No para el
sitio que los alberga. Allí los muros lucen derruidos. El techo permite que
cada lluvia se filtre sin permiso alguno. La maleza, desafiante, gana terreno
entre las grietas de la construcción.
El abandono se adueñó del lugar. Para ello
tuvo como cómplice a la joven pareja. Ellos se encargaron de ahuyentar a
visitantes primero y a anfitriones después. Sus jadeos resultaron insoportables
para los mortales que aún se animaban a atravesar el robusto pórtico de
ingreso, luego de aquella trágica y lejana noche otoñal.
Con el paso de los años el hotel fue víctima
de varios saqueos. Sus lujosos muebles, sus vistosos cortinados, su fina
cristalería desaparecieron en gran proporción. Pero los cacos nunca se
atrevieron a ingresar a la habitación 115. En ella permanecen, intactos, todos
los objetos. Tal como quedaron aquel Viernes 13, marcado con sangre en los
calendarios de la época.
Aquella vez un hombre, enajenado por los
celos y el rencor, irrumpió en el cuarto. Estaba dispuesto a limpiar su honor.
Una filosa hoja de acero le sirvió para ese fin. La misma laceró también la
habitual serenidad del poblado, cuando un nuevo día nacía.
Los vestigios de la masacre aún permanecen,
indelebles, en cada rincón del recinto. Tan indelebles como aquel amor. Porque
el asesino no pudo con ellos, aunque creyó haberlo hecho.
Los
infortunados amantes fueron retirados en medio de la conmoción popular. Pero
sus almas nunca abandonaron la habitación. Sólo se desvanecen cuando la
alborada traspasa, indiscreta, los desvencijados postigos de su ventana.
Invariablemente, al expirar el día, el encuentro se renueva.
Nada los detiene. Ya nadie
podrá hacerlo. Si un día tiraran abajo el edificio, ellos, seguramente,
continuarán su idilio entre la frondosa y silvestre vegetación del parque.
Aquel que otrora luciera prolijo y poblado de flores y hoy es refugio de lechuzas
que, con sus chistidos, al lugar lo hacen más maldito.
Mientras tanto ella y él siguen allí, en su
invariable y noctámbula guarida, hasta que la claridad los desaloje una vez
más. Cuando las noches son calladas, sus eróticos gemidos pueden oírse desde las
inmediaciones del viejo hotel. Para espanto de algunos. Para envidia de otros.
Jorge
Emilio Bossa
Tercer
Premio Género Cuento Corto
I Concurso
Literario “Manuel Torres”
Santa
María de Punilla (Cba.)
Septiembre
de 2012
Publicado en la antología "LA VOZ DE MI PUEBLO"
junto a escritores de S.M. de Punilla
Editado por Artegraff (V.C. Paz, Cba.), Septiembre de 2012
Publicado en la antología "EN ALAS DE UN SUEÑO"
Ediciones "Mis Escritos" (Bs. As.), Diciembre de 2013