CIRCO ROMANO
Altas
horas de la noche. Cambio de turno en el personal del servicio de emergencias
médicas. Elizabeth, una joven y agraciada enfermera, se retira a la cochera de
la empresa, asciende a su automóvil e intenta darle marcha. El motor no
responde. Abre el capó. Allí comprende que su coche no es humano y no puede
diagnosticar por qué no arranca. De los pocos hombres en el recinto ninguno
sabe demasiado sobre mecánica automotor y la ayuda es insuficiente. Por ello
decide volver a su hogar a pie. La distancia es cercana y, a pesar de ser noche
aún, la avenida está muy iluminada, por lo que desiste de llamar un taxi. Al
llegar a casa le pedirá a su esposo que antes de ir al trabajo pase a retirar
el vehículo por allí.
Tras
caminar una cuadra advierte que un hombre la sigue a unos cincuenta metros de
distancia. Piensa que puede ser una casualidad, que ambos van en la misma
dirección. Pero más adelante comienza a intranquilizarse, ya que aquel
individuo no cambia de recorrido. Decide hacer un desvío fuera de la avenida,
circundando una manzana para luego retomar la anterior arteria. Así le daría
tiempo a ese tipo para que se adelante en su marcha. Los nervios se acrecientan
al ver que aquél también desvía su camino. Sus pasos empiezan a acelerarse, los
de su seguidor también. Cuando quiere volver se encuentra con una cortada que
pasa por detrás de los comercios céntricos, un lugar para carga y descarga de
mercadería sin viviendas a la vista. Al verse acorralada quiere gritar pero no
puede. Además… ¿Quién la oiría allí y a esas horas? Desesperada abre la cartera
y extrae el celular para llamar a Fernando, su esposo. Él la atiende
somnoliento y Elizabeth balbucea desesperada, contándole lo ocurrido mientras
aquel sujeto se acerca lentamente con la mirada clavada en ella…
- ¡Sé que no vas a llegar a tiempo
para ayudarme, pero decime qué hago!
- Puedo llamar a la policía. ¿Dónde
estás?
- ¡Qué se yo! ¡Me perdí! ¿Qué hago?
- Tranquila. Vas a poder manejar la
situación…
- ¿Estás seguro? ¿Cómo? ¡Dale, que
viene para acá!
- ¿Tenés puesta la camperita de hilo
sobre el uniforme?
- ¡Sí…!
- Bueno, sacátela y revoleala hacia
donde está él…
- ¿Estás seguro?
- Hacé lo que te digo y va a dar
resultado…
Fernando
habla con un tono sereno, muy distinto al de Elizabeth, a quien le tiembla la
voz. La mujer hace caso a su esposo. La prenda cae sobre el acosador, quien la
toma entre sus manos. Luego la olfatea y el perfume que emana parece excitarlo
aún más…
- ¡Váyase o llamo a la policía! le
grita con la voz ahogada Elizabeth a aquel desconocido. Su marido interviene
nuevamente…
- Tranquila, ya te dije que vas a
poder manejar la situación, pero no de ese modo. Ahora enfrentalo, demostrá
autoridad y desafialo…
Elizabeth
saca coraje de donde no tiene y, pensando que lo inhibiría, se despacha: ¿Qué
te pasa, eh? ¿Qué querés de mí? ¿Pensás que te tengo miedo, eh?
- ¿Muy bien! ¡Así! ¡Así!
- ¿Así qué? ¡El tipo ni se inmuta!
- Tranquila. Ya te lo dije, vas a
poder manejar la situación. Ahora manoseate un poco y seguí desafiandolo…
- ¿Quééé? ¿Estás loco?
- Haceme caso, mi amor…
Elizabeth
comprende, desesperada, que no tiene otra alternativa que la aconsejada por su
esposo. “¿Qué querés, estúpido? ¿Esto?” dice mientras se toca sus turgentes
pechos. El atacante bufa como un toro enfurecido. Su víctima, finge firmeza
aunque por dentro esta aterrada. Fernando, quien oye todo, exclama…
- ¡Bien! ¡Así! ¡Hacelo recalentar!
Elizabeth
se envalentona y hace la jugada más arriesgada. “¿O esto querés, imbécil?”
increpa mientras se frota la entrepierna con su mano derecha. “¡Tengo esto para
vos, maricón!” Por primera vez oye la áspera voz de su agresor: “¡Y yo tengo
esto para vos, mamita!”
Ahora sí Elizabeth lanza un agudo grito de terror. Fernando escucha todo…
Ahora sí Elizabeth lanza un agudo grito de terror. Fernando escucha todo…
- Tranquila, vas bien…
- ¿Tranquila? ¿Escuchaste? ¡Y eso que
no estás viendo lo que yo…!
- Tranqui, mi vida. Vos sabés manejar
esas situaciones…
- ¿Ah sí? ¡Decime cómo! ¿Qué hago?
¡Ahhhh!
Ante
la mezcla de gritos y balbuceos desesperados de Elizabeth, Fernando responde
muy sereno…
- Decile lo mismo que a mí a estas
horas: que estás cansada, que recién salís de trabajar, que tenés sueño, que no
te joda…
- ¿Q… qué…é?
- Y yo te digo lo mismo que vos a mí
a estas horas: ¡Dejame dormir!”
Elizabeth
queda perpleja. Se siente en la arena del circo romano, ante las fauces de un
león hambriento. Por un par de segundos no puede emitir palabra alguna. Cuando
reacciona, quiere insultar a su esposo de la más dura manera pero aquel
individuo se abalanza sobre ella y le tapa la boca con una de sus rudas manos.
Mientras
tanto, Fernando apaga su celular y lo coloca sobre la mesa de luz. Luego se
recuesta y pone su cabeza sobre la almohada. Al final se duerme con una
maliciosa y vengativa sonrisa pintada en sus labios.
Jorge Emilio Bossa
Primera
Mención
Certamen
Nacional de Cuento Breve “Gastón Gori”
S.A.D.E.
Filial Santa Fe
Santa
Fe, Noviembre de 2017