“No digáis que, agotado su tesoro, de asuntos falta enmudeció la lira.
Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”
Gustavo Adolfo Bécquer

sábado, 21 de septiembre de 2013

"...Arrojando palabras al cielo..."


LOS OJOS DEL PUMA

Su cuerpo yace inmóvil sobre el áspero ripio
de la calle que surca el sereno poblado.
Como dos fríos puñales sus ojos se han clavado
en los ahora esquivos ojos de su asesino.

Aguijones de plomo su tórax taladraron
y en él abrieron torpes manantiales carmín.
Unos niños contemplan ese penoso fin
al tiempo en que un adulto suspira aliviado.

Pero esos pardos iris que expiran lentamente
al hombre de arma en mano le parecen decir…
“Yo tan sólo buscaba un sitio a donde ir
y por aquí pasaba inofensivamente”.

“Sucede que mi cuna, la verde cuna mía,
mi sitio en el mundo, mi extensa morada,
ahora está siendo brutalmente arrasada
en nombre del progreso y la economía.”

“Las máquinas llegaron con sus voces de trueno
y aquellas melodías sagradas de mi monte
han sido censuradas, callados sus cantores;
los mismos que hoy emprenden su triste derrotero.”

“Y yo, un viejo puma con su destierro a cuestas,
transitaba estas calles sin un rumbo preciso.
Mas no pensé siquiera en dañar a sus niños.
Tan sólo me detuve en busca de respuestas.”

“Observando sus rostros quería descifrar
por qué estos pequeños duendes de la ternura
cuando llegan a adultos, a edades maduras,
de toda su inocencia se logran despojar.”

“Y destruyen la flora y matan a la fauna.
Y a los pulcros azules los tiñen color gris.
Sólo falta que al día le opaquen su barniz
o a la noche le hurten su joyería de plata.”

“Y no entienden que el mundo es hábitat de todos
y quienes lo lastiman sólo se auto flagelan…”
Sintiéndose culpable, el hombre interpreta
el mensaje de aquellos enceguecidos ojos.

Y luego, arrepentido, le promete a sus hijos
que venderá su arma y les enseñará
a cuidar el ambiente; antes de lagrimear
al ver al viejo puma quedarse allí dormido.

Jorge Emilio Bossa

Primer Premio en Poesía Libre
Octavo Certamen Literario Regional
“…Arrojando palabras al cielo…”
Estación Matilde (Sta. Fe), Septiembre de 2013





sábado, 7 de septiembre de 2013

Mis escritos 2013

LA ESCOLLERA
         Con las primeras luces del día el cielo y el océano comienzan a desnudar sus azules cuerpos, cual si fueran reflejo uno del otro. Las gaviotas desayunan los restos de comida que los descuidados turistas, en la víspera, abandonaron en la arena. La escollera es un estilete de roca que apuñala el contorno marino y le hace sangrar borbotones de blanca espuma.
         Sobre esa muralla, el alba solía ver desfilar a una misteriosa mujer. Su lúgubre figura contrastaba con el diáfano horizonte. Así como se diferenciaba, de su vestimenta color azabache, la blanca rosa que siempre llevaba en las manos. Su paso era lento. Al llegar al extremo del espigón, rezaba una plegaria. Luego arrojaba la flor al mar. Nadie sabía quién era. Algunos pobladores hasta dudaban de su existencia real. Creían que se trataba de un espectro, producto de la alucinación de algunos trasnochados que la vieron en la costa. Otros pensaban que era alguien que perdió en las profundidades del espejo infinito a un ser entrañable. Todos la llamaban La Viuda del Mar. Hasta que una noche un hombre bajó a la playa a purificar su borrachera y se durmió allí, contra el muro de la rambla. Al despertar se dirigió a la escollera sin percatarse de la presencia de la misteriosa mujer. Al encontrarse con ella el corazón se le paralizó. Por primera vez vio, cara a cara, al fantasma del que tanto hablaba la gente. Pensó que los efectos del alcohol aún perduraban, por ello esa visión. “¿Necesita algo?” preguntó la mujer, incómoda al ver interrumpido su íntimo ritual. “¿Usted es La Viuda del Mar?” inquirió él, con osadía. La mujer sonrió… “¿Así me llaman?” El hombre aprobó con la mirada.
- Si así me bautizaron algo de razón tienen. Mi esposo desapareció en un accidente náutico ocurrido un 3 de Enero, hace un par de años atrás. No volví a verlo. El mar es su tumba. Por ello, cuando el clima me lo permite, vengo a dejarle una ofrenda floral.
- ¿Cuál es su nombre?
- Daniela.
- Bonito nombre. ¿Por qué no la llaman así?
- Quizás nadie lo sepa. Yo no era de aquí. Me mudé para estar cerca de mi marido, esperando que alguna vez el mar me lo devuelva. ¿Usted quién es?...
- Mi nombre es José, pero todos me dicen el Borracho Pepe. Vivo así desde que mi mujer me dejó por otro hombre. Nunca digerí su engaño. Más de una vez pensé en ahogar mi pena en el mar, pero nunca me animé. Por ello lo hago en el alcohol.
         Mientras hablaban, el individuo observaba los azules ojos de Daniela. Tan azules como el cielo y el océano que los rodeaban. Debo irme, dijo la mujer. José la despidió con una sonrisa.
         Cerca del mediodía, en el bar que habituaba, el parroquiano contó la experiencia vivida. Sus compañeros de mesa estallaron en risas. “¿Estuviste con la Viuda del Mar?” preguntó irónicamente Sergio. “¡Aflojale al tinto, Pepe!!!” exclamó Luis. Pancho fue más irónico… “¿Hicieron el amor sobre la arena, ja, ja?”
         José se retiró dubitativo de la taberna. Pensó que sus camaradas quizás tendrían razón, que todo había sido un ensueño. No quiso tomar una sola gota de vino durante el resto de la jornada. A la noche se acostó temprano, ansioso por volver a la playa al amanecer.
         Al día siguiente la escollera fue testigo del reencuentro. Esta vez la sorprendida fue la mujer, al ver a José mucho más presentable que el día anterior. “Hoy lo veo mejor que ayer… Peinado, afeitado, la ropa prolija…” José respondió pícaramente…
- Me arreglé para usted.
- ¡No me diga que vino por mí!
- Si. Y sobrio, para comprobar que lo de ayer no fue un espejismo.
- No soy un fantasma, como algunos creen.
- ¿Puedo corroborarlo…?
         El hombre tomó las manos de Daniela. Luego las besó tiernamente. Ambos sonrieron, La amena conversación siguió mientras se retiraban juntos de la playa…
         Hoy la escollera despierta en soledad. Sobre ella, ya no se recorta en el pulcro horizonte la tétrica silueta de La Viuda del Mar. Se esfumó de la playa y de la ciudad. Nadie volvió a ver tampoco al borracho Pepe. Sus compañeros del bar piensan que quizás él también fue una alucinación, producto de algunas copas de más…
         Sin embargo, algunos trasnochados dicen haberlos visto juntos en la playa. Fue el pasado 3 de Enero, al clarear el día. Juran que ella recorrió la escollera y rezó una plegaria en su extremo. Luego arrojó una rosa blanca al mar, allí donde el estilete de roca apuñala su contorno y le hace sangrar borbotones de blanca espuma.

Jorge Emilio Bossa

Cuarto Premio Género Cuento
12º Certamen Internacional de Poesía y Cuento
Ediciones Mis Escritos
Buenos Aires, Agosto de 2013