“No digáis que, agotado su tesoro, de asuntos falta enmudeció la lira.
Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”
Gustavo Adolfo Bécquer

lunes, 26 de enero de 2015

Arpones


ARPONES

         Los presentó una amiga en común… la noche. Ella era una vieja conocida de ambos. Sabía de sus andanzas. Los definía como dos bucaneros que navegaban sus oscuras aguas en busca de una nueva aventura, cada vez que soltaban amarras.
         Pero esta vez los puso frente a frente, por primera vez. A ella que, luego de un par de juveniles desengaños, había jurado no volver a enamorarse. Y a él que ni siquiera había pensado hacerlo jamás.
         Ambos sólo perseguían el placer. Nada de romanticismo, cursilerías o compromisos. Y aunque habían despertado más de un noble sentimiento, eran absolutamente insensibles a ello. Sus corazones estaban blindados a las flechas de Cupido, a quien habían declarado persona no grata.
         Cada vez que aquella vieja amiga desplegaba su negra mortaja, ellos abordaban nuevos corazones. Las alboradas se encargaban, luego, de borrar las huellas de sus fugaces amoríos.
         Cuando se conocieron, en aquel boliche de una oceánica ciudad, sólo vieron uno en el otro a su nueva víctima. Poco tardaron en revolcarse en el cuarto de un hotel, frente a la rambla. Pero allí, donde pusieron lo más salvaje de sí mismos, se reconocieron. Fueron dos serpientes de fuego entrelazadas que se devoraron recíprocamente, sintiéndose correspondidas. Entendieron entonces que estaban frente a sus propios reflejos.
         Ambos vivían acostumbrados a salir siempre airosos de sus piraterías, sin importarles lo que dejaban tras las estelas de sus galeones. Pero esta vez no lo hicieron, no pudieron alejarse uno del otro.
         La noche se fue a dormir con una pícara sonrisa en sus labios, como quien disfruta de una travesura. El nuevo día los sorprendió cruzando la rambla para emprender, luego, una lenta caminata por la playa. Si momentos antes habían desarropado sus cuerpos por enésima ocasión, allí desnudaron sus almas quizás por vez primera. Pudieron verse sin máscaras, a luz plena. Sus rostros exponían los vestigios de mil romances. Pero este, el último, había asaltado sus corazones.
         En un puerto próximo al arenal, desde un antiguo buque ballenero, Cupido sonreía feliz. Había cumplido una nueva utopía. Aunque debió, para ello, trocar sus delicadas saetas por dos recios arpones.


Jorge Emilio Bossa

Primer Premio
I Concurso de Relato Corto
Museo Casa del Faro
Quequén (Bs As.), Enero de 2015