Las
nubes se desangraban
lentamente
aquella noche.
Los
comercios y los coches
sus
luces multiplicaban
sobre
las calles que daban
al
centro de la ciudad
más
brillo. En soledad,
una
mujer deambulaba
y su
mirada arrastraba
por la
áspera humedad.
Al
bullicio sabatino
ella
era indiferente.
Se
perdía entre la gente
con su
paso algo cansino.
Mientras
creaba un camino
para
continuar buscando,
se
preguntaba hasta cuándo
debía
peregrinar
para al
fin recuperar
lo que
le estaba faltando.
Una
presea valiosa
le
había sido robada
y, por
ello, en la calzada
era
poco cuidadosa.
Ella
estaba en otra cosa…
exploraba
las aceras,
los
umbrales, las vidrieras,
los
canteros y los bancos.
Su
pesquisa, tranco a tranco,
terca y
minuciosa era.
De
pronto su andar detuvo,
plena
de dudas y gozo.
Lanzó
entonces un sollozo.
Tanto
que anduvo y anduvo
y ante
sus pies al fin tuvo
lo que
buscó con tesón.
Allí,
entre el cordón
y un
charco del empedrado,
maltrecho
y algo embarrado
estaba
su corazón.
Trémula
se arrodilló
y lo
tomó suavemente
cuando
un hombre, gentilmente,
a
ayudarla se ofreció.
La
joven su vista alzó
y vio
una mano acercarse,
instándola
a levantarse.
Renovando
la ilusión,
puso en
ella el corazón.
Y no
volvió a equivocarse.
Jorge Emilio Bossa
Segundo
Premio - Género Poesía
Concurso
Literario “Hugo Wast” 2012
Las
Varillas (Cba.)
PEGASO
Él era un potro indómito que
escapaba a las riendas. La campiña surcaba con su trote desafiante. Ansiaba ser
tan libre como el viento y sortear las torpes alambradas que diariamente la
vida interponía a su paso.
Llegó aquella tarde borrascosa de
verano, en la que su terco anhelo empezó a cumplirse... Fue una agradable
sorpresa para ese brioso corcel ver posarse frente a su hocico a un
verborrágico cuervo, que del ennegrecido horizonte pareció desprenderse.
“Amigo... ¿quieres volar cómo lo
hacemos las aves? Sólo debes animarte, yo te puedo ayudar”; dijo el lúgubre
pájaro. El potro, sin dudar, aceptó con entusiasmo la tentadora propuesta. No
pensó en las consecuencias, sólo en su quimera.
Como por arte de magia, vio aquel
iluso equino florecer sobre su lomo dos grandes y blancas alas. La libertad tan
ansiada finalmente había hallado. Emulando a Pegaso extendió el bello plumaje,
se despegó del suelo y voló...
Tal proeza impidió que el pobre
animal escuchara el sarcástico graznido que el pajarraco emitió. Dicen que
nunca volvió a posar sus fuertes patas sobre la verde campiña.
Le ofrecieron alas... Le invitaron a
volar… Y en el azul infinito se extravió una fría mañana.
Jorge Emilio Bossa
Quinto
Premio - Género Cuento
Concurso
Literario “Hugo Wast” 2012
Las Varillas
(Cba.)