“No digáis que, agotado su tesoro, de asuntos falta enmudeció la lira.
Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”
Gustavo Adolfo Bécquer

jueves, 13 de septiembre de 2012

Navidad en la cruz

NAVIDAD EN LA CRUZ

Cuando la mañana se desperezaba en la ciudad, él ya estaba allí. Una tenue e ilusa sonrisa se dibujaba en su rostro, ese rostro mustio a pesar de su temprana edad. Soñaba que podía ser su día de buenaventura. El pueblo comenzaba a bosquejar una gran fiesta y él quizás participaría de la misma. Tal vez sería invitado a compartir alguna mesa familiar. En el peor de los casos celebraría aquella fecha con las dádivas recibidas en la puerta del shoping. Pero en soledad. Rodeado de gente pero en soledad. Como siempre. Sólo lo acompañaría su colega de hambrunas… un perrito garrapatoso y sin raza definida.
         Pero el monstruo de mil cabezas que danzaba a su alrededor no repararía en él. De prisa y contra reloj, la gente gastaba y malgastaba sus últimos ahorros en busca de víveres, regalos y cotillón navideño. La psicosis era general. La conmemoración, comercial.
         A él nadie lo veía. Estaba allí, famélico y descalzo, esperando algún humilde obsequio de una mano generosa. Íntimamente sabía que varios de los alimentos comprados ni siquiera serían consumidos. Estarían unas semanas en la puerta de una heladera o en el rincón de una alacena. Luego pasarían por un bote de basura antes de llegar a sus manos. Tarde quizás.
         El día corrió de prisa, como cada 24 de Diciembre. La tarde se desangró sobre los candentes aguijones de cemento y la noche trajo algo de calma. El niño y su mascota se quedaron allí, en las inmediaciones de un shoping extrañamente desierto. En el mismo aún se escuchaban los ecos de un Papá Noel multiplicado que arrasó con sus góndolas. Un Papá Noel que aquel infante desconocía. Aquel que se durmió acurrucado en la vereda desoyendo, como siempre, el sonoro llamado de su pancita. Para colmo de males había refrescado y su andrajoso atuendo ya era insuficiente.
         De pronto despertó sobresaltado. Navidad había llegado y el cielo se estremeció con un estruendo multicolor. Su perrito se espantó de su lado. Con un hilo de voz alcanzó a llamarlo pero fue en vano. El animal huyó despavorido. El pequeño ya no tenía fuerzas para seguirlo. Resignado, comprendió que se había quedado irreversiblemente solo. Justo en esa fecha de encuentros.
         El hambre, el frío, la tristeza, la soledad… eran clavos y espinas invisibles que lo lastimaban sin piedad. Por ello cubrió con sus flácidos bracitos sus ojos y oídos, como protegiéndose de tanta demencia, y se volvió a dormir.
         Su aturdimiento cesó lentamente. La locura que reinaba a su alrededor se transformó en infinita paz. Mientras tanto, muchos celebraban bulliciosamente el cumpleaños de Jesús. Ignoraban que allí, solo, en la puerta de un shoping, Él acababa de morir...
              Una vez más.

Jorge Emilio Bossa

Tercer Premio Género Narrativa
Duodécimo Concurso Literario Internacional
“Alfonsina Storni”
S.A.D.E. Secc. Marcos Juárez (Cba.), Julio de 2012




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