NAVIDAD EN LA CRUZ
Cuando
la mañana se desperezaba en la ciudad, él ya estaba allí. Una tenue e ilusa
sonrisa se dibujaba en su rostro, ese rostro mustio a pesar de su temprana
edad. Soñaba que podía ser su día de buenaventura. El pueblo comenzaba a
bosquejar una gran fiesta y él quizás participaría de la misma. Tal vez sería
invitado a compartir alguna mesa familiar. En el peor de los casos celebraría
aquella fecha con las dádivas recibidas en la puerta del shoping. Pero en
soledad. Rodeado de gente pero en soledad. Como siempre. Sólo lo acompañaría su
colega de hambrunas… un perrito garrapatoso y sin raza definida.
Pero
el monstruo de mil cabezas que danzaba a su alrededor no repararía en él. De
prisa y contra reloj, la gente gastaba y malgastaba sus últimos ahorros en
busca de víveres, regalos y cotillón navideño. La psicosis era general. La
conmemoración, comercial.
A
él nadie lo veía. Estaba allí, famélico y descalzo, esperando algún humilde
obsequio de una mano generosa. Íntimamente sabía que varios de los alimentos
comprados ni siquiera serían consumidos. Estarían unas semanas en la puerta de
una heladera o en el rincón de una alacena. Luego pasarían por un bote de
basura antes de llegar a sus manos. Tarde quizás.
El
día corrió de prisa, como cada 24 de Diciembre. La tarde se desangró sobre los
candentes aguijones de cemento y la noche trajo algo de calma. El niño y su
mascota se quedaron allí, en las inmediaciones de un shoping extrañamente
desierto. En el mismo aún se escuchaban los ecos de un Papá Noel multiplicado
que arrasó con sus góndolas. Un Papá Noel que aquel infante desconocía. Aquel
que se durmió acurrucado en la vereda desoyendo, como siempre, el sonoro
llamado de su pancita. Para colmo de males había refrescado y su andrajoso
atuendo ya era insuficiente.
De
pronto despertó sobresaltado. Navidad había llegado y el cielo se estremeció
con un estruendo multicolor. Su perrito se espantó de su lado. Con un hilo de
voz alcanzó a llamarlo pero fue en vano. El animal huyó despavorido. El pequeño
ya no tenía fuerzas para seguirlo. Resignado, comprendió que se había quedado
irreversiblemente solo. Justo en esa fecha de encuentros.
El
hambre, el frío, la tristeza, la soledad… eran clavos y espinas invisibles que
lo lastimaban sin piedad. Por ello cubrió con sus flácidos bracitos sus ojos y
oídos, como protegiéndose de tanta demencia, y se volvió a dormir.
Su
aturdimiento cesó lentamente. La locura que reinaba a su alrededor se
transformó en infinita paz. Mientras tanto, muchos celebraban bulliciosamente
el cumpleaños de Jesús. Ignoraban que allí, solo, en la puerta de un shoping,
Él acababa de morir...
Una vez más.
Una vez más.
Jorge Emilio Bossa
Tercer Premio Género Narrativa
Duodécimo
Concurso Literario Internacional
“Alfonsina
Storni”
S.A.D.E.
Secc. Marcos Juárez (Cba.), Julio de 2012
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