LA NODRIZA
El niño se levanta, pronto a partir hacia el colegio.
La nodriza lo apura, mientras revisa que nada falte en su mochila. Él desayuna
tranquilo, al verla ocuparse de todos los detalles. Ella lo mira y sus ojos se
humedecen. Recuerda una historia no muy lejana…
Jessica es una
noble muchacha, hija de una reconocida familia de un pueblo del interior. La
joven heredó la educación y las buenas costumbres que sus padres le inculcaron.
A los dieciocho años emigró a la capital provincial para continuar sus
estudios.
Allí conoció a
Román, un compañero en la universidad, oriundo del norte del país. El chico era
simpático y atrevido, tan buen mozo como desfachatado.
Jessica quedó
impactada con Román, y él no tardó en darse cuenta. Lo que siguió después fue
una sensual cacería en la que el norteño usó todas sus armas para seducirla.
Primero robó las llaves de su corazón. Luego, con ellas, abrió todos los
cerrojos de su cuerpo. Jessica, en una noche, olvidó los mandatos que una chica
de buena familia debía cumplir. Román le hizo tocar el cielo y el infierno con
las manos.
Unas semanas
después, la joven comenzó a tener un amargo presentimiento: una vida en su
vientre, fruto de la pasión de aquella loca noche. Desesperada buscó a Román,
pero ya no lo halló. Aquel muchacho no andaba bien en los estudios. Un rumor
sobre la situación de Jessica fue suficiente para que partiera hacia su ciudad
natal sin volver a dar señales de vida. Su parte no asumió.
Él la dejó muy
sola sin nadie en quien confiar cuando ya no podía ocultar su pancita. Ella
pensó en una drástica determinación, pero rápidamente desistió de la misma. No
podía condenar a muerte a la única persona inocente en este asunto. Además, ya
pesaba mucho su error para agravarlo aún más.
Consiguió empleo
como franquera en un supermercado. Así, los días hábiles se dedicaba a estudiar
y los fines de semana y feriados a trabajar. Con esa excusa, por unos largos
meses dejó de ir a su pueblo. No quería mancillar el honor de su familia ni
recibir reprimendas de parte de ésta.
Pasados el
tiempo, a escondidas de quienes la pudieran juzgar, dio a luz a su bebé. Unas
horas después, para no levantar sospechas, se dirigió a una clínica diferente a
la que la vio parir y abandonó allí a su crío. “Que Dios te ayude” susurró en
su oído. Le dio un beso y desapareció del lugar.
Sintió alivio
cuando se enteró, por los medios de comunicación, que el huérfano bebé hallado
en aquel sanatorio gozaba de buena salud y había encontrado un matrimonio que
se haría cargo de él. Supo también que lo habían bautizado con el nombre
Ángelo.
Cuando pudo
disimular lo ocurrido, mientras disfrutaba de la licencia maternal en el
supermercado, volvió a su pueblo. Adujo haber renunciado al empleo, cosa que
hizo recién cumplido aquel beneficio laboral, por estar fatigada y añorar a su
familia.
Pero la culpa,
lentamente, comenzó a afectarla. Empezó a pesarle ese cargo de conciencia y a
sufrir la ausencia de su hijito. Retornó a la ciudad, averiguó cuál era su
hogar y cuando obtuvo una respuesta, comenzó a rondar frente a aquella
vivienda. Necesitaba volver a verlo, se conformaba con eso, ya que no tenía
argumentos para acercarse a él.
Una tarde de
sábado, al pasar por el lugar, vio a una muchacha de una edad aproximada a la
suya tocar el timbre de aquella casa. Una mujer abrió la puerta y la visitante
exclamó: “Hola. Vengo por el aviso en el diario donde dice que necesitan una
niñera”. Jessica quedó perpleja, pero reaccionó rápidamente y volvió sobre sus pasos…
“Buenas tardes. Yo también vengo por el empleo. No encontraba la dirección”,
dijo la madre biológica de aquel bebé. Había hallado la coartada perfecta.
La mujer hizo
pasar a las dos y les presentó a su marido y al pequeño que necesitaba nodriza.
Jessica alzó a Ángelo. Al tenerlo en sus brazos sintió que desfallecía. Su
emoción y su llanto debió disimular. Fue tanta la ternura con la que lo trató
que los padres adoptivos decidieron darle a ella el empleo. Jessica sentía que
el universo conspiraba a su favor, pues encontró más de lo que buscaba. Se juró
a sí misma no volver a dejarlo.
Pasados unos
años, la joven consiguió su título. Ahora es una profesional. Por ello sus
padres no entienden por qué sigue con ese trabajo tan básico. Ella argumenta
haberse encariñado con el niño a cargo y su familia adoptiva. Aduce que dentro
de poco tiempo prescindirán de ella y allí comenzará a dedicarse a esa carrera
para la que tanto se preparó, que aún es muy joven y tiene una vida por
delante.
Jessica ahora
siente limpia su conciencia por haber reparado, en parte, su viejo error.
Sonríe cuando le agradecen la dulzura con la que trata al niño y se avergüenza
cuando escucha criticar a la madre sin alma que lo libró a su suerte. En esa
casa la quieren como una más de la familia. Siempre confiaron en ella, saben
que dejan a Ángelo en buenas manos. Más de una década lleva allí como empleada.
Pero todo acaba un día…
Ángelo se coloca la mochila. Jessica le acomoda el
pelo. Parten hacia el colegio. Será la última vez. El infante termina hoy la
primaria. Ella le toma la mano, pretendiendo aferrarse eternamente a él. Ya le
informaron que no la necesitarán más en esa casa, pero que podrá visitar al
niño cuando lo desee.
Los nervios la consumen. Jessica sería incapaz de
arrancar a Ángelo del hogar que lo rescató de su orfandad y le brindó todo su
amor. Pero sabe que la hora de la verdad se aproxima y reclamará el
protagonismo que le pertenece.
El papel de la nodriza llega a su fin…
Es hora de que a escena suba la mamá.
Jorge Emilio Bossa
Primer Premio
Género Cuento
Décimo Concurso
Literario Nacional "Día de la Madre"
Campana Amanecer
Literario
Campana (Bs. As.),
octubre de 2024