“No digáis que, agotado su tesoro, de asuntos falta enmudeció la lira.
Podrá no haber poetas, pero siempre habrá poesía”
Gustavo Adolfo Bécquer

miércoles, 10 de junio de 2015

Echar a volar


ECHAR A VOLAR

         Selena intenta dormir. No puede hacerlo. Su madre, enfermera ella, se fue a trabajar y la dejó en manos del horror. La tormenta dibuja un intermitente fantasma rectangular en la pared de su cuarto. Los truenos intimidan con sus poderosos bramidos. Pero no son ellos quienes la atormentan. Los pasos que se aproximan a su habitación la estremecen más que los estruendos del cielo. La puerta se abre, como otras noches, y la figura que se recorta a trasluz es más tétrica que los relámpagos de su lumbrera.
         La niña se tapa la cara con las sábanas pero una voz, fingiendo ternura, trata de calmarla. Unas rudas manos descorren el velo y la acarician dulcemente. Pero esas manos queman su candorosa piel. Son las manos de un monstruo, la nueva pareja de su madre. Él la visita asiduamente, bajo amenazas, cuando se quedan solos en la vivienda. Selena soporta, en silencio, desde hace bastante tiempo la situación. Pero hoy ha decidido cambiar su suerte.
         El hombre comienza a abalanzarse sobre su frágil cuerpecito y a besarla. La chiquilla es un capullo arrancado antes de florecer, estropeado, pisoteado. Pero no puede hablar. Ya ni siquiera puede llorar. Ha perdido la sensibilidad. Mientras tanto, unos labios de ortiga acarician su cuello.
         Selena afloja su cuerpo y abre los brazos. Su victimario disfruta al creerla distendida, entregada. Ella introduce su mano derecha debajo de la almohada. Trémula después, la desliza suavemente sobre el colchón. En un instante, el cuerpo del depredador se encorva abruptamente. Su boca lanza un rojo gemido de dolor. Sus ojos se clavan en el rostro de la niña, empalidecido por los relámpagos y el estupor. El filoso cuchillo que el pervertido utilizaba en los asados acaba de desgarrar sus entrañas. Así como su virilidad antes desgarró las de la niña, avasallando reiteradamente su inocencia.
         Minutos después, Selena saca fuerzas de donde no tiene. Con ambas manos se quita de encima el cuerpo inerte, que pesadamente cae al suelo. Ahora sí podrá dormir. El bermejo manto que la cubre le es indiferente. Una inmensa paz la envuelve, evadiéndola del cuadro que la rodea. El trueno que estremece la habitación no logra arrancarle siquiera un parpadeo. Sus ojos se pierden en los fulgores del ventanal, hasta que el sueño logra vencerlos.
         Mañana, al despertar, Selena se dedicará a lavar y sanar sus alas. Aquellas que fueron heridas, por un cazador furtivo, cuando aún no había despegado del suelo.
         Mañana, con las alas renovadas, Selena podrá al fin echar a volar…

Jorge Emilio Bossa

Tercera Mención en Prosa
Certamen Internacional “Prof. Oscar Grandov”
Rotary Club San Genaro, 9na edición
San Genaro (Sta. Fe), Junio de 2015










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