VELORIO AMBULANTE
El
partido “Por Una Argentina Ética y Moral” (PUAEM) comenzaba a captar seguidores
en todo el país, especialmente en una provincia litoraleña en la cual había
conseguido la gobernación. Dentro de ella, en la ciudad de Trigales, se había afianzado
firmemente para conseguir la intendencia el Dr. Dionisio Gattero. Era el
candidato ideal, por su imagen impoluta dentro de la sociedad. Dionisio era un
sexagenario profesional, honesto, esposo, padre y abuelo… La carta victoriosa
del PUAEM.
Aquella
noche de viernes en la que el Dr. Gattero murió, un mayúsculo problema se
desató dentro de la incipiente fuerza política. No solo porque perdió a su
principal referente, sino por cómo y dónde ocurrió el sorpresivo deceso. Cuando
Ariadna, una joven trabajadora sexual, llamó desesperada al conserje del hotel
alojamiento para avisarle que su acompañante había sufrido una descompensación
letal, comenzó una odisea secreta sin precedentes en la ciudad.
El
dueño del motel, Lázaro Duval, era amigo personal de Dionisio y simpatizante
del PUAEM, por lo que su empleado no dudó en llamarlo a él antes de movilizar
los medios de emergencia para la ocasión. Al corroborar que el cliente estaba
muerto, no convenía que la familia del extinto ni la población se enteraran de
lo ocurrido. Había que salvaguardar la imagen del Dr. Gattero y la de su
partido político. La prostituta optó por desaparecer del mueble (o inmueble)
antes que el finado.
Duval
arribó rápidamente al local, ya cerca de la medianoche, pues vivía en las inmediaciones.
No podía trasladar a Dionisio a su casa, porque estaba su familia allí. Además,
podía ser muy sospechoso que el deceso se produjera justo en el domicilio del
motelero de la ciudad. Entonces optó por llamar a dos camaradas de Gattero que
vivían solos: Julio Infantini (soltero) y Lázaro Ortega (divorciado).
Cuando
ambos arribaron, tuvieron que decidir, junto a Duval, a dónde llevar al muerto.
Como el albergue estaba en las afueras de la ciudad, la decisión tenía que ser
definitiva, ya que debían ingresar a la urbe sin despertar sospechas,
aprovechando las horas de poco movimiento en las calles. Pero había un
problema: desconocían el argumento utilizado por Dionisio ante su esposa, para
saber a qué sitio trasladarlo. Para colmo de males, el celular de éste estaba
bloqueado y no podían rescatar ninguna información. Debían coincidir con el
destino de su “falsa” salida de casa.
“Hay
que llamar a la esposa y preguntar por él”, sugirió Ortega. “¿Estás loco?
-respondió Infantini- ¿Y si le dijo que se reunía con nosotros?”
A
Duval se le ocurrió una idea brillante. Le pidió a su empleado que la llamara,
ya que no conocía su voz, con un buen argumento…
-
¿Hola?
-
Buenas noches. Disculpe la hora… ¿Ese es el domicilio del Dr. Dionisio Gattero?
-
Sí, soy la esposa. Me asusta una llamada a estas horas de la noche. Por favor…
¡Dígame que no le sucedió nada malo a mi marido!
-
¡Eso quiere decir que él no está allí en este momento?
-
¿Qué pasó, por Dios???
-
No se asuste, señora. Soy un empresario de la capital y necesito tener una
reunión con su esposo a primera hora de la mañana. Es para aportar fondos para
su candidatura a intendente. Me dieron su número de celular, pero no me
atendió, salvo que esté equivocado. Por eso llamé a éste, el fijo.
-
Veo difícil esa reunión. Él no se encuentra en la ciudad. Se fue a pescar.
-
¿A pescar? ¿A dónde?
-
A Costa Bella…
-
¿A DÓNDEEE???
-
OIGA… ¿POR QUÉ ME GRITA?
-
Perdón, Señora. Sucede que mi celular no funciona bien. No escuché lo que me
dijo y pensé que usted tampoco me escuchaba a mí…
-
A Costa Bella se fue a pescar.
-
Ese pueblo está como a 200 kilómetros de aquí.
-
180. Le paso su número de celular, para que verifique si es el que le dieron a
usted y llámelo temprano. A esta hora debe estar durmiendo.
-
Seguramente (y eternamente). Muchas gracias.
-
Hasta luego.
“¿A
DÓNDEEE???”, repitieron al mismo tiempo los tres compañeros de Gattero, cuando
el falso empresario concluyó la llamada. “¿Y ahora qué hacemos???”, (unísono de
los cuatro). “¡Urgente a Costa Bella, no queda otra opción!”, vociferó Duval.
Así
se organizó el improvisado viaje. Marcharon Infantini y Ortega, los dos
solitarios que no debían rendir cuentas a nadie, hacia el pueblo ribereño. El
primero lo hizo en su coche particular y el segundo con el vehículo de Dionisio.
Al difunto lo pusieron en el baúl, para no despertar sospechas, mientras
pasaban los elementos de pesca que había en él hacia el asiento trasero
(Gattero no dejaba nada librado al azar).
En
el camino cargaron combustible en ambos automóviles y llegaron a Costa Bella a
altas horas de la noche. Debían encontrar alojamiento antes del alba, ya que
Dionisio ya olía mal, aunque oficialmente no había muerto todavía. Como no
conocían el pueblo, tomaron rumbos distintos para ganar tiempo. Quien primero hallara
un lugar, se lo informaría al otro. Ya habían planeado, para justificar el
estado de descomposición, que durmieron en habitaciones diferentes y lo
encontraron sin vida al llamarlo para desayunar. Eran, como buenos políticos,
muy astutos…
Pero,
a veces, no todo sale como se planea. Una camioneta de la policía que
patrullaba las calles de Costa Bella vio en actitud sospechosa al coche del Dr.
Gattero. Ante un posible “merodeo”, obligó al chofer del vehículo a detenerse.
A Ortega le corrió un cubo de hielo por la espalda y no tuvo más remedio que
obedecer.
-
Buenas noches. ¿Me muestra su documento?
-
Buenas noches, Oficial. Aquí lo tiene…
-
Papeles del vehículo…
-
Es de un amigo… Aquí están los papeles. (Ortega ya transpiraba)
-
¿Dónde está su amigo? (el policía ya dudaba)
-
Esperándome en una cabaña. Vinimos a pescar. Fíjese… (dijo Ortega, mientras
abría la puerta trasera).
-
¿Trae los elementos de pesca en el asiento de atrás? ¿No llevará pescado sin
cumplir las condiciones sanitarias en el baúl, no? Necesito ver…
Al
conductor no le quedó otra alternativa que abrir dicho sector del coche. Ya no
supo cómo justificar la presencia del difunto. El valioso discurso político que
solía tener desapareció en un instante. Ortega enmudeció. Justo en ese momento,
pasó Infantini en su vehículo a pocos metros de allí. Empalideció cuando vio la
escena y decidió huir disimuladamente. Nada podría aportar en el sitio de la
detención y lo más conveniente era no quedar pegado. Además, alejado del pueblo
podría pensar en cómo pedir ayuda.
Infantini
se dirigió a una estación de servicio, fuera de Costa Bella. Allí, sin bajarse
de su coche, comenzó a llamar a medio mundo. Ya no le importaba la hora ni si
sus contactos vivían con sus familias. La situación era extrema. Mientras
tanto, en el poblado ribereño, Ortega era conducido a la comisaría y Gattero a
la morgue del hospital.
Cuando
un fiscal se apersonó en la celda donde estaba el detenido, incomunicado, éste
imploró:
-
¡Necesito hablar con mi abogado! ¡Puedo explicar lo sucedido!
-
Va a tener que explicar bastante, sobre todo quién envenenó al Dr. Dionisio
Gattero.
-
¿¡ENVENENADO!?
-
Eso es lo que indican los primeros estudios sobre su cuerpo…
-
¡No puede ser!!!
-
Qué usted circulaba en actitud sospechosa, a altas horas de la noche, en coche
ajeno, con el cadáver de su dueño en el baúl… ¿Tampoco puede ser?
La
situación de Lázaro Ortega era extrema. Decidió no emitir una palabra más hasta
que los hechos se aclararan. Nada sabía tampoco sobre la suerte corrida por su
camarada Infantini, pero no podía preguntar por él. Temía delatarlo si lo
hacía. Mientras tanto, en el ámbito político del partido “Por una Argentina
Ética y Moral”, las llamadas telefónicas y las noticias volaban por la
oscuridad de una noche cada vez más cercana a su fin. Y llegaron a oídos del
Dr. Carmelo Santana, gobernador y principal referente del PUAEM en la
provincia.
Como
la Capital estaba relativamente cerca de Costa Bella, el mandatario en persona
arribó a la comisaría de dicho pueblo, con una boina inglesa y lentes oscuros
para evitar ser reconocido. Ya enterado de todo lo sucedido, visitó al detenido
en su calabozo. “Aquí llegó su abogado”, le dijo irónicamente un oficial a
Ortega, al abrirle la puerta al gobernador. Se dieron un abrazo y Santana preguntó,
afectivamente:
-
¿Cómo está, Ortega? ¿Tiene hambre, supongo?
-
Hace varias horas que no pruebo bocado, Gobernador.
-
¿Le gusta el chupín? Es un plato típico de Costa Bella.
-
Me encanta.
-
Pero a estas horas sólo puedo ofrecérselo calentado, no recién cocido.
-
No importa.
-
¿Y un vinito?
-
Estoy muy agotado. Agua mineral nomás…
-
Listo. Busque su auto y vamos para la cabaña que alquilamos, antes que
amanezca. Ya ordenaré que la comida marche para allá.
-
¿Dónde está mi compañero Infantini?
-
Despreocúpese, Lázaro. Julio ya está en Trigales, después de haber cumplido una
trascendental tarea. Si no fuera por él, yo no estaría aquí y usted no estaría
a punto de abandonar este claustro.
-
Muchas gracias. Me tranquiliza saberlo, Gobernador…
Ya
instalados en la cabaña alquilada para la ocasión, el propietario tomó los
datos y la patente del vehículo de Ortega. Ya había asentado los del finado,
quien esperaba en uno de los dormitorios que por fin le llegara la hora.
Mientras tanto, Santana y Ortega dialogaban en el comedor, al tiempo que este
último saboreaba el prometido guisado de pescado de río…
-
Usted es un héroe, Ortega. Su valiosa colaboración sirvió para que podamos
neutralizar la astuta jugarreta de la oposición…
-
¿Por qué “astuta jugarreta”?
-
Ellos sabían que el Dr. Gattero, la carta triunfal del PUAEM, tenía debilidad
por las chicas de la noche. Por eso mandaron a una desconocida a seducirlo.
Digo esto porque el dueño del “mueble” no la había visto antes… Y por estas
horas ya debe estar muy lejos de Trigales…
-
¿No lograron atraparla?
-
Ni nos convenía tampoco. No hay ninguna denuncia en su contra. No podemos
denunciar lo que “nunca ocurrió”.
-
Pero hubo un homicidio…
-
Por eso digo lo de “astuta jugarreta”. El sitio del crimen nos ató de pies y
manos. Perdimos a nuestro hombre más valioso sin poder decir ni “mu”. Pero, por
suerte, usted, Infantini, Duval y su empleado actuaron como un verdadero equipo
y evitaron lo que hubiese sido un desastre político para nuestro partido. Ahora
Gattero va a quedar como un mártir y vamos a poder tirarle su cadáver a
nuestros rivales, algo que mucho se acostumbra en la política actual. Vamos a
aprovechar el asesinato para nuestra campaña. En pocas semanas, una calle de su
ciudad se llamará “Dr. Dionisio Gattero”. Todo ya está planeado…
-
Pero igual perdimos a Dionisio y no tenemos a… quién… culpar… del… crimen…
-
¿Por qué vacila así?
-
Muy simple. Si Gattero muere aquí, el principal sospechoso del crimen voy a ser
yo ¿no?
-
¿Usted está loco, ja, ja? Tenemos que acusar a nuestros adversarios, no a un
miembro del PUAEM.
-
Ahora me quedo más tranquilo…
-
Es preferible que usted sea una víctima y no un victimario.
-
Otra vez no entiendo, Gobernador.
-
Tuvimos que tomar una decisión extrema, urgente y dolorosa, pero créame que no
había otra opción…
-
Usted me marea. No sé si es por su verborragia o porque me cayó mal el pescado
a esta hora, pero ya me duele el estómago, me siento aturdido.
“Lo
siento, Lázaro, pero había que cerrar este círculo de alguna manera”, dijo Santana,
mientras guardaba en una bolsa negra los restos de comida y bebida, los
utensillos usados por Ortega y el trapo con el que él mismo limpió la mesa de
la cabaña.
Con
el aliento entrecortado y los ojos saltones, Ortega alcanzó a balbucear… “hijo
de…” El mandatario, antes de marcharse con la bolsa y cerrar con una de las
llaves la vivienda, le respondió: “Usted es un héroe, Ortega. Ya se lo dije. Le
prometo que otra calle de Trigales va a llevar su nombre…”
Unas
horas después, todos los portales informativos de la provincia y el país daban
la nefasta noticia: “Dos dirigentes del partido Por Una Argentina Ética y Moral
murieron envenenados en un pueblo costero, durante un viaje de pesca. El
Gobernador denunció a la oposición por los cobardes crímenes y prometió agotar
los recursos hasta esclarecer los hechos”.
Jorge Emilio Bossa
Primer
Premio Género Cuento Categoría Mayores
XVII
Certamen Literario de Cuento y Poesía "Alejandro Vignati" 2024
Municipalidad
de San Andrés de Giles y Profesorado en Lengua y Literatura del Instituto
Superior de Formación Docente N°142
San
Andrés de Giles (Bs. As.), diciembre de 2024
El Jurado estuvo
integrado por Virginia Cantón, Sofía Serrano, Julieta Juárez, Clara Pastorino
Florio y Martín Esteban Banfi.
Escritores premiados:
* POESIA MAYORES *
1°: «La llama del
escritor»: Guillermo Gustavo Martínez Torres (ciudad de Concepción, provincia
de Tucumán)
2°: «El hombre de la
calle»: Silvia Susana Arana (San Carlos de Bariloche, Río Negro)
3°: «¿Dónde estás?»:
Ezequiel Caminiti (Rosario, Santa Fe).
1° Mención Especial del
Jurado: «Piedras» Gisella Noelia Ferrer (Río Cuarto, Córdoba)
2° Mención Especial del
Jurado:
«Nina» Sebastián Néstor
Martini (CABA)
* CUENTO MAYORES *
1°: «Velorio ambulante»:
Jorge Emilio Bossa (San Francisco, Córdoba)
2°: «Felicidad
instantánea»: Lelia Musa (General Alvear, Mendoza)
3°: «Papeles» Santiago
Clement (Godoy Cruz, Mendoza)
1° Mención Especial del
Jurado
«Citas circulares»: Sixto
Cristiani (Argentina)
2° Mención Especial del
Jurado
«El solitario canto del
campo»: Facundo Santiago Seara (Córdoba)
3° Mención especial del
Jurado
«Que Dios te salve,
María»: María Sofía Catulo Frangella (CABA)
Dirección
de Cultura SAG